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19 julio 2011 2 19 /07 /julio /2011 17:43

frmaria 013

 

Queridos franciscanos de María, el domingo pasado el Evangelio nos hablaba de un sembrador que hacía su trabajo y que no veía siempre coronado con éxito su esfuerzo. Este domingo continúa el texto de Mateo con otra parábola que utiliza de nuevo los ejemplos que la gente que rodeaba a Jesús podía entender bien. Nos habla de lo que sucede cuando nuestro esfuerzo se ve entorpecido por la maldad de otros. El Señor quiere enseñarnos, de este modo, qué debemos hacer ante situaciones así.

 

       Pongamos nosotros también nuestro ejemplo. Unos padres católicos que se han esmerado en educar a sus hijos conforme a sus principios. Que los han llevado a un colegio de religiosos y a una buena parroquia. Y que luego ven cómo a partir de la adolescencia se alejan de la práctica religiosa, terminando por llevar una vida que, al menos en algunos puntos, es totalmente contraria a la moral católica. Han procurado para sus hijos lo mejor, siendo conscientes de que ante todo debían transmitirles la fe de sus mayores, como el gran recurso en el que apoyarse para hacer frente a la lucha de la vida. Y se sienten frustrados. Quizá han triunfado en otras cosas pero en eso, que consideran lo prioritario, han fracasado.

 

                ¿Qué nos enseña esta parábola? Ante todo, a tener paciencia. El dueño del campo calma a los obreros que, irritados, quieren ir a arrancar la cizaña, advirtiéndoles de que con ellos estropearían toda la cosecha. Hay que tener paciencia y confianza en Dios. Pero claro, la paciencia y la confianza no son sinónimos de inactividad, de inoperancia. Por eso les propone un plan: esperemos a que cada cosa –el trigo y la cizaña- den señales más claras de qué es cada una de ellas, porque cuando están naciendo se parecen mucho. Luego llegará la hora de separarlas. O lo que es lo mismo, como el mal se destruye a sí mismo, pues las malas obras no sirven para construir nada sino sólo para destruir, dedícate a hacer buenas obras y espera, cargándote de argumentos y llenando tus manos de santidad. ¿No es verdad que nuestros enemigos han utilizado contra nosotros los malos ejemplos que algunos de los nuestros han dado? Pues bien, atesoremos buenos ejemplos que ofrecer y recordémosles que lo que está pasando en esta sociedad gravemente enferma no es nuestra responsabilidad sino la de aquellos que han echado a Dios de su trono para colocar en él al hombre. La deificación del hombre, con su herramienta ideológica que es el relativismo, es la causa de lo que nos sucede. Mientras que el camino del bien conduce a la felicidad, el del mal sólo produce desgracias.

 

                Quizá está llegando la hora de la cosecha a la que se refería Jesús en la parábola de este domingo. Una hora en la que se ve bien cuál es el fruto bueno y cuál el malo. Debemos hablar, debemos decir a los que nos rodean y están asustados por la crisis –y probablemente afectados por ella-, que no es otra cosa más que la consecuencia de un tipo de vida sin normas éticas. Porque lo que ha pasado no es que exista el pecado –siempre ha existido-, sino que ha desaparecido la conciencia de pecado y, con ello, ha desaparecido el propósito de enmienda, la lucha por mejorar, ese volver a empezar que nos dignifica y nos hace acreedores de la divina misericordia. El mundo de hoy es un mundo abandonado, rendido, no al pecado sino a la ausencia de sentido de culpa. Por eso se autodestruye. Por eso tenemos que colaborar con Cristo en la obra de la redención, diciendo a todos el por qué pasa lo que pasa.

 

                Aprovecho para felicitaros hoy, día de la Virgen del Carmen, una fiesta especialmente hermosa para los que amamos a María. A ella nos encomendamos siempre.

 

                Que Dios os bendiga.

 

P.Santiago

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