Autor: Santiago MARTÍN, sacerdote
Desde que se el Papa presentó su renuncia, hace ahora una semana, cada palabra suya se observa con un interés algo morboso, buscando algún tipo de clave que explique el por qué de su dimisión.
Cosas que antes habrían pasado desapercibidas, ahora ocupan los titulares de medios indiferentes o incluso hostiles al hecho religioso. Si hace unos días hablaba de la importancia de la unidad en la Iglesia, algunos ya veían en eso el secreto de su marcha. Ayer, en su penúltimo rezo dominical del Ángelus, Benedicto XVI exhortó a la conversión y a no instrumentalizar a Dios para los propios fines. Ha sido suficiente para que algunos, interesados en hacer daño a la Curia vaticana porque saben que así hieren a la Iglesia, hayan hecho una lectura casi apocalíptica de las palabras del Pontífice y se hayan llenado de nuevo la boca y la pluma de acusaciones de corrupción. El mensaje del Papa es, naturalmente, un mensaje a aplicar en esta hora de la Iglesia. Pero también lo era hace un año y lo será dentro de diez.
Creo que hay que pasar la página de los “porqués”, para centrarnos en los “paraqués”. Los porqués quizá los sepamos algún día. Los paraqués los conocemos ahora: para ayudarnos a hacer un acto de fe y confianza en Cristo, en su señorío sobre la Iglesia; para ponernos a todos en un estado de oración, en este Año de la Fe, como no habíamos vivido desde hacía mucho. Hoy la tentación que vive la Iglesia puede estar en perder de vista lo evidente –la llamada a la conversión- para distraerse con fábulas y chismes. Eso es lo que importa.