Todos los cristianos sabemos cual nuestra Misión, buscar la santidad y colaborar para que otros conozcan y puedan, si esa es su voluntad, abordar el camino hacia la santidad. Así de sencillo y así de difícil. Todos, con independencia de nuestra situación tenemos ese doble encargo que no puede cogerse con dos dedos para elegir lo que me apetece o lo que me interesa.

En la medida en que debemos ser misioneros, asumimos unas obligaciones inherentes al encargo. Tendremos que hacer cosas que están por encima de nuestra comodidad, dedicar tiempo que en otro caso usaríamos para jugar a la Play Station o al golf, dedicamos dinero que en otro caso iría a nuestra cuenta de ahorro o a nuestro ocio, estaremos insertos en un proyecto con una serie de ramificaciones que a veces nos entendemos pero del que formamos una minúscula parte como engranaje de máquina compleja y así miles de ejemplos.

También somos sujetos de misión; estamos necesitados de enseñanza y orientación. No todo lo sabemos y menos, todo lo comprendemos, para esos acudimos a las catequesis, homilías, encíclicas y todos aquellos caminos hoy disponibles gracias a la información on-line. Lo primero es muy difícil sin en esto segundo y de hecho, nuestra propio camino hacia la santidad solo tiene sentido si educamos a nuestros hijos en la fe, damos un toque a nuestro hermano que anda por otros derroteros o si damos consuelo a aquel extraño con el que has cruzado por la oficina pero sin saber realmente quién es.

Si estás leyendo esta web es porque además de ser cristiano, tienes una cierta afinidad con los Franciscanos de María y eso hace que tu misión sea un poco más difícil pero también más gratificante. Es más difícil porque nos hemos impuesto una meta con grado adicional de dificultad, el del agradecimiento. Para con nosotros, sujetos de misión y para con los otros sujetos de nuestra propia misión. Esa gestión del yo y del otro, se hace especialmente difícil frente a actitudes más tibias de otros hermanos pero, seamos realistas, somos unos burgueses acomodados ante ejemplos de entrega como el de la Beata Teresa de Calcuta.

Por nuestra educación y naturaleza, estoy seguro de que todos cuidamos al máximo la faceta del nos, del yo. Que me formen, que me apoyen cuando lo necesito, que me aguanten cuando estoy triste. Al fin y al cabo, para eso están los curas, ¿no? Para eso están los amigos, ¿no? Pero nuestro análisis de conciencia podría repasar el ellos, los otros. ¿Soy parte de un movimiento de formación a los demás? ¿De apoyo? ¿De acción? ¿Si impiden algo o mucho de mi tiempo para hacer algo, lo hago con agradecimiento o pido que se me de una contrapartida inmediata? Si inmediata.

Porque si algo es distinto en las relaciones humanas normales y las relaciones basadas en la misión es que en estas últimas no hay contrapartida. El gozo está en el dar, la recompensa está dentro del propio hecho de dar. El ejército, ejemplo de organización humana y del que tantas cosas podemos copiar, inventó las condecoraciones, las medallas. Como dinero no tiene, te dan unas cosas que te cuelgas del cuello o del pecho te señalan como bueno, heroico. Las empresas, otro ejemplo de organización, te dan ascensos, mejora de despacho, subida de sueldos y hasta bonus, con mucha fanfarria para que el mecanismo de incentivo funcione. A los misioneros, los maltratan, los humillan, corren riesgos personales y hasta pagan con su vida y ese es el mayor honor.

Si somos misioneros del agradecimiento, ¿no deberíamos dejar un poco de lado el yo, el nos y encontrar la recompensa en la misión?