La pregunta “¿Cómo amar?” o, la que debería ser su sinónimo, “¿Cómo agradecer?”, es la pregunta por la aplicación moral, por la puesta en práctica de los imperativos éticos que están en nuestro corazón. Contestada ya la pregunta anterior, que es la originaria, la primera –la de ¿por qué amar?- y llegados a la conclusión de que tenemos el deber de amar, es necesario hacerse esta otra, la de cómo llevar a la práctica el amor que somos conscientes que tenemos que dar. No es algo que nos digan desde fuera, que nos imponga alguien ajeno a nosotros mismos en contra de nuestra voluntad y bajo todo tipo de amenazas. Es algo que nosotros queremos averiguar, que necesitamos averiguar. Yo, de manera libre y consciente, he llegado a la conclusión de que quiero amar, de que debo amar. Y por eso me interesa enormemente hacerlo bien, acertar, no sea que por no saber me equivoque y haga daño a la persona a la que quiero hacer el bien o no le dé lo que él tiene derecho a esperar de mí. Por eso, la cuestión moral en el cristianismo siempre será secundaria y por eso se dice, con razón, que el cristianismo no es, en primer lugar, una ética. Lo originario, lo primero, en el cristianismo es el anuncio-descubrimiento del amor de Dios y la moral no es otra cosa –importantísima, eso sí- que la respuesta que el hombre agradecido le da al Dios que tanto le ama. Más aún, saber con exactitud qué hay que hacer para amar es en sí mismo un nuevo don y como tal es experimentado por los que ansían acertar y recorrer correctamente el camino del amor. Tener una conciencia recta que nos indique cómo hacer el bien y evitar el mal es tan importante como disponer de una buena señalización en una carretera en mitad de la noche y de unos buenos faros en el auto que nos impidan caer por un precipicio sin quererlo y sin saberlo. ¿Cómo amar?, pues. Dios mismo viene en nuestra ayuda y nos ilumina con su ejemplo y con sus enseñanzas, contenidas en la Biblia y, en particular, en el Nuevo Testamento. Cristo es el gran modelo. La Virgen es, a su vez, un modelo excepcional, sobre todo en lo concerniente a cómo amar a Dios, pues no en vano ese Dios fue su propio Hijo. Los santos son también modelos muy útiles, referentes valiosos por lo que implican de proximidad a nuestro tiempo o a nuestra circunstancia.

      En las “escuelas de agradecimiento”, contestada la pregunta sobre el por qué amar, se contesta también a la cuestión segunda, la que nos da la respuesta acerca de cómo amar al Dios que tanto nos ama. Se hace de una manera muy práctica y sencilla. Cada semana se ofrece a los miembros de dichas escuelas un “propósito” para que lo lleven a la práctica en su vida cotidiana. Este propósito está extraído del Evangelio del domingo, ese mismo evangelio que el católico va a escuchar en la Misa dominical y que debería de servirle de “alimento” espiritual básico para la semana. Por desgracia y con frecuencia, ese mensaje es olvidado rápidamente y no suele influir en la vida real, en la vida cotidiana, del católico. De este modo, en cambio, al tener un propósito semanal –sobre el que, a la semana siguiente, habrá que hacer una revisión de vida, un “control”, en la reunión de grupo-, el católico va dejándose transformar por la Palabra de Dios. Ésta se convierte en la luz de su caminar, en el molde en el cual él se va dejando plasmar para convertirse en un “hombre nuevo”, en un “hombre agradecido”.

      Queda, así, expuesto el “método” que los Franciscanos de María tienen para ayudar al católico en la gran meta que éste tiene que intentar alcanzar: la santidad. En las “escuelas de agradecimiento” se les ayuda a profundizar en los motivos que tienen para darle gracias a Dios –invitándoles a meditar sobre el amor de Dios y contestando así a la pregunta sobre el por qué hay que amar- y se les ayuda también a llevar a la práctica esos deseos de amar al Dios que les ama, proponiendo pequeñas metas extraídas de la Palabra de Dios dominical, como si fuera una “dirección espiritual” moderna, en la que el director espiritual va indicando al dirigido qué tiene que hacer cada semana para no estancarse en el camino hacia la santidad.