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14 mayo 2012 1 14 /05 /mayo /2012 09:01

Autor: Juan Carlos GARCÍA DE POLAVIEJA, sociólogo

El pasado 9 de marzo, una fundación ateísta norteamericana lanzó en los medios de comunicación un anuncio de una agresividad sin precedentes contra la Iglesia Católica.

En dicho anuncio, reproducido por el New York Times y redactado en forma de interpelación al lector, podía leerse entre otras cosas: “¿Por qué eres cómplice de una Iglesia que está embarcada en una cruzada constante para prohibir la anticoncepción, el aborto y la esterilización, y para negar los derechos de todas las mujeres, católicas o no católicas, para decidir si ser madres y cuando serlo? Tienes que dejar de ser un buen católico, porque estás haciendo daño a los derechos de las mujeres. Tú eres mejor que tu Iglesia, así que ¿por qué razón permaneces en ella? ¿Por qué aguantar a una institución que discrimina a la mitad de la humanidad? ¡Únete a los que ponemos la humanidad por encima de los dogmas!”.
Lo más significativo del panfleto no es la invitación a la apostasía, que hemos podido ver en otros sitios; sino lo que aflora por primera vez, que es el lenguaje acusatorio propio del Anticristo – de un Anticristo todavía embozado – contra la verdadera Iglesia Católica; algunos cargos que informarán el aparato de una persecución presumiblemente cercana: La Iglesia Católica “niega derechos a las mujeres”, “discrimina a la mitad de la humanidad” y, sobre todo - ¡ojo! – “pone los dogmas por encima de la humanidad…” Es decir, la Iglesia Católica pone la voluntad de Dios por encima de la de los hombres; pretende imponer como norma algo que es sólo una creencia subjetiva, particular, suya: Porque, para la cultura satánica, el ser de las cosas, incluido el derecho a la vida de las criaturas gestadas, no existe. Es una entelequia que puede pisotearse ante el ara de esa voluntad perversa y endiosada.
Este mismo mes de marzo apareció en el periódico Pravda de Moscú, antiguo órgano del partido comunista soviético, y en la actualidad uno de los pocos medios de comunicación no sometidos a la manipulación mundialista, la noticia de una disposición aprobada en el parlamento británico por la cual se da un plazo de tres años – hasta el 2015 – a la administración del Reino Unido para que las palabras padre, madre, marido, mujer, hermano y hermana, novio y novia, desaparezcan de todos los documentos oficiales… El diario ruso se preguntaba irónicamente si la oración del Padrenuestro será borrada también de los archivos históricos de las islas, algunos esculpidos en piedra. Los rusos ponían el dedo en la llaga. Efectivamente, el objetivo final de la mano que mece la cuna - no sólo esa cuna zombie de Westminster - al intentar primero eliminar de la faz de la tierra cualquier vestigio de la estructura familiar humana, es tratar de borrar de las conciencias la familia celestial: Un objetivo que muestra hasta qué punto el programa de la IVª tesis marxista sobre Feuerbach ha sido impuesto al mundo: Programa implementado en el plano estructural, en las instituciones formales, porque, gracias a Dios, la institución familiar aguanta el acoso en otros terrenos. Este cambio de las nomenclaturas oficiales, impuesto en parte también a España, no es sino el epílogo de un largo acoso contra la familia, con enormes recursos culturales, socio-económicos e institucionales aplicados a lo largo de décadas para tratar de convertirla en inviable.
La “imagen de la familia celestial” presuntamente expulsada de la conciencia humana, no es otra cosa que el Amor trinitario con mayúscula, es decir, el reconocimiento por el hombre de haber sido creado a imagen y semejanza del Ser divino, y rescatado del engaño por la encarnación filial de ese mismo Dios.
La trastienda de Marx, de Feuerbach, de Heine, de Bruno Bauer, de Arnold Ruge y de otros ocultistas decimonónicos, puesta al descubierto por los estudios del pastor luterano Richard Wurmbrand; como la misma dinámica socio-económica del judaísmo alemán del s. XIX estudiada por Eleonore Sterling; proporcionan la comprensión de un eslabón en la cadena subversiva de la civilización: Pero se trata de un eslabón clave, porque descubre el enlace de la especulación filosófica con la agitación revolucionaria. Sin embargo, esa línea de anticristianismo revolucionario parece sólo complementaria, instrumental, de la otra, menos llamativa, de anticristianismo financiero, emboscado en la aparente inocuidad. Ambas de origen idéntico, aunque la segunda destinada a tener un papel mucho más determinante. Y su origen común puede rastrearse más de un siglo antes, cuando el programa subversivo se asomó a la filosofía, a través de la obra de Baruch Spinoza:
El prefacio de su Tractatus theologico-políticus concluye con la doble afirmación de que “la paz social exige que el poder político sea la única fuente de los principios morales”, al tiempo que advierte que ese monopolio estatal de lo ético “se consigue más eficaz y seguramente con la concesión de iguales derechos a todas las religiones y opiniones filosóficas y políticas”: Tal intencionalidad de la argumentación demuestra de manera inequívoca la existencia, ya desde el s. XVII, de un propósito deliberado de erradicar el orden cristiano. Y la presunta equiparación de derechos, ese potaje de creencias propuesto por el filósofo, traiciona el origen del “sano pluralismo” que ahora vemos trocarse aceleradamente en intransigencia “plural” contra la única Verdad que escapa al horizonte inmanente.
Ahora bien, las acusaciones a la Iglesia como “enemiga de la humanidad” por sostener una ética ligada a la existencia de un orden propio de la naturaleza creada; junto con la eliminación de los últimos residuos institucionales de ese orden, demuestran a su vez que aquel antiguo objetivo ha sido finalmente alcanzado en las estructuras occidentales… Aunque entorpecido y frustrado en alguna medida por poderosos factores espirituales, de los cuales la Iglesia es dispensadora. El misterio de iniquidad se irrita, porque sus metas se ven alejadas por una Iglesia que se mantiene firme en el territorio moral. La lucha actual de la Iglesia Católica para sostener la vigencia de la Ley divina en la praxis social es, sin la menor duda, la gesta más importante de la historia en defensa de la dignidad y la libertad del género humano. Y así será reconocida en el futuro, cuando estos años de corrupción suprema sean sólo una pesadilla pasada. Porque la Iglesia, a pesar de tantas defecciones y a pesar de la infiltración sectaria, posee aun pastores, como el de Alcalá de Henares, capaces de proclamar la verdad. De ahí las campañas insidiosas desatadas contra el clero y las calumnias sistemáticas insinuadas por los grandes medios: Somos “homófobos”, raptamos bebés y nos los comemos crudos. La misma dialéctica de Nerón antes de la persecución. Se pone de manifiesto una situación dramática, en la que el engranaje del poder choca con la alimentación espiritual del plexo social, que frustra - de momento - la consumación del proyecto satánico. Desgraciadamente, hay que subrayar el “de momento”, porque la edad del Papa, que cumplió 85 años el día 16 de este mes, nos aboca a una etapa difícil, aunque sabemos que breve: La tendencia a la integración en la cultura anticrística de amplios y disimulados segmentos de la jerarquía católica es fácilmente deducible de los comportamientos. A los pastores fieles a Jesucristo se les pone en solfa desde revistas y webs oficialmente católicas, sin que sus directores sean suspendidos, lo que traiciona el talante acomodaticio de muchos. Las lecciones del Papa Benedicto sobre el empleo del cayado (11 de junio del 2010) son despreciadas. La lentitud de los procedimientos romanos para señalar el carácter herético de las “teologías” convergentes con la New Age es preocupante: A pesar de las notas doctrinales del episcopado, los supuestos “teólogos” continúan tergiversando la doctrina con absoluta impunidad. Y el Vicario de Cristo extiende las manos (Jn 21, 18) con heroica voluntad, aunque dispone de un tiempo desgraciadamente corto; quizá insuficiente para efectuar esa limpieza cercana y cauterizante que únicamente podría mantener el rumbo de la barca.
Los hijos de las tinieblas han sido más astutos; mucho más astutos que los de la luz, colocando sus tapados en lugares insospechados, de tal forma que, incluso la parte más sana de la Iglesia puede ser engañada de no producirse un milagro. Los que no han prestado atención suficiente a la caracterización teológica del tiempo presente, por aferrarse a seguridades de errónea eclesiología, van ser engañados. Y ciertamente, reaccionarán cuando se oficialicen los desaguisados, pero quizá entonces sea ya demasiado tarde. Ahora, sin embargo, aun es posible el milagro. Vivimos ese instante en el que todavía podría neutralizarse la falsificación inmanentista y teosófica del amor; desenmascarando a los lobos con piel de cordero. Porque esa falsificación es la que se insinúa por todas partes, como nervio del discurso anticrístico: Se nos predica ahora, desde los púlpitos homologados, un evangelio distinto, y no se alzan suficientes voces que pronuncien con decisión el anatema que pide el Apóstol (Ga 1, 8-9).
Desde una óptica más elevada que la sociológica, aunque coincidente con ésta, podría apuntarse pues, definitivamente, la naturaleza del obstáculo que tanto ocupó a Castellani: Del último, ceñido (cf. Jn 21, 18) y traicionado obstáculo (katejos) que retarda hoy la aparición del Hombre impío, del Adversario final (cf. 2 Ts 2, 3-7): Es la Roca que sostiene la barca de Pedro, y que materializa el principio de autoridad trascendente, y obstaculiza el programa de iniquidad. Sus golpes de timón son valientes y providenciales. Son genuinas asociaciones a la Cruz, porque arrostran oposiciones tremendas, no siempre al descubierto. Pero el tiempo que ganan es sencillamente precioso: porque Jesucristo, ahora, está a la puerta y llama (cf. Ap 3, 20).

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