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4 octubre 2011 2 04 /10 /octubre /2011 17:50

¡Cuán poca fe hay en tantas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia, y precisamente entre aquellos que, en el sacerdocio, deberían pertenecer completamente a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Qué poco respetamos el sacramento de la reconciliación, en el cual él nos espera, para levantarnos de nuestras caídas! Cardenal Ratzinger en el vía crucis de 25 de Marzo de 2005.

 

Frente a estas palabras del futuro Papa y otras que iré presentando un sacerdote de mi diócesis ha decidido publicar un artículo atacando el sacramento de la confesión tál y cómo se viene aplicando desde hace siglos. Lo ha hecho en un diario y ha tenido desafortunadamente cierta repercusión. No voy a esperar a que mi obispo le conteste, pues es algo que no tengo claro que vaya a suceder. Pero no puedo callar mi disgusto y contestar utilizando únicamente palabras de nuestro Papa.

Algunos curas guipuzcoanos no se confiesan. Fue un lamento del obispo de San Sebastián ante su Consejo del Presbiterio y sigue siendo un tema de gran actualidad en la Iglesia. Efectivamente, no solo los curas guipuzcoanos, sino infinidad de católicos que celebran la fe, incluida la recepción de la eucaristía, no pasan por el confesionario.

Porque lo que está en crisis no es la conciencia de la necesidad del sacramento del perdón y de la misericordia de Dios, sino la obligatoriedad de la apertura de la intimidad, que toca de modo sustancial la dignidad de la persona. Muchos creyentes hoy siguen recibiendo el sacramento del perdón en celebraciones comunitarias que se ofrecen en muchas parroquias.

En el rechazo de la obligatoriedad de la confesión, ésta es la parte accidental. Lo sustancial es que los rectores de la Iglesia parecen obviar la gran evolución que el ser humano ha protagonizado en aspectos básicos de sus derechos inalienables y de su dignidad. Los creyentes no desprecian el sacramento del perdón. Lo pueden arruinar algunas formas o insistencias obsoletas.

"Los sacerdotes no deberían resignarse nunca a ver vacíos sus confesionarios ni limitarse a constatar la indiferencia de los fieles hacia este sacramento. En Francia, en tiempos del Santo Cura de Ars, la confesión no era ni más fácil ni más frecuente que en nuestros días, pues el vendaval revolucionario había arrasado desde hacía tiempo la práctica religiosa. Pero él intentó por todos los medios, en la predicación y con consejos persuasivos, que sus parroquianos redescubriesen el significado y la belleza de la Penitencia sacramental, mostrándola como una íntima exigencia de la presencia eucarística."

Es justo dejar consignado aquí el trabajo infatigable de una legión infinita de beneméritos sacerdotes que se han sentado en los confesionarios y han llevado mucha paz a tantos hombres y mujeres a lo largo de los siglos. Pero hoy, las cosas han cambiado sustancialmente. En el mundo moderno se ha recuperado la conciencia del valor infinito de la dignidad humana. El hombre y la mujer han ido descubriendo el sentido de la libertad y del valor sacrosanto de la intimidad. Muchos pensamos que la Iglesia no tiene ninguna autoridad para exigir la apertura de los pliegues más profundos de la conciencia. Es el recinto más sagrado de la persona, su propia mismidad, algo nunca susceptible de ser hollado ni manoseado.

La confesión explícita y obligatoria de los pecados graves o mortales, bajo penas gravísimas, no puede ser el peaje exigible para recibir de manos de un sacerdote el perdón de Dios. De ahí, en buena parte, el abandono masivo del confesionario en los tiempos actuales. En muchos espacios de la Iglesia no se ha perdido el sentido del pecado, sino que se ha redescubierto el valor supremo de la dignidad. El único peaje imprescindible para obtener el perdón del Dios de la misericordia es una actitud de arrepentimiento sincero y el propósito de mejorar y enderezar la relación con Dios y los hermanos ante el ministro del sacramento.

"Como el Cura de Ars, también el padre Pío nos recuerda la dignidad y la responsabilidad del ministerio sacerdotal. ¿Quién no quedaba impactado por el fervor con el que él revivía la Pasión de Cristo en cada celebración eucarística? Del amor por la Eucaristía brotaba en él, al igual que en el Cura de Ars, una disponibilidad total para acoger a los fieles, sobre todo a los pecadores.

"Además, si san Juan María Vianney, en una época atormentada y difícil buscó en todas las formas posibles hacer redescubrir a sus parroquianos el significado y la belleza de la penitencia sacramental, para el santo fraile del Gárgano el cuidado de las almas y la conversión de los pecadores fueron un deseo que lo consumió hasta la muerte. ¡Cuántas personas han cambiado de vida gracias a su paciente ministerio sacerdotal; cuántas horas largas él trascurría en el confesionario!

"Igual que para el Cura de Ars, es precisamente el ministerio del confesor el que constituye el mayor título de gloria y el rasgo distintivo de este santo fraile capuchino. ¿Cómo entonces no darnos cuenta de la importancia  que tiene participar devotamente en la celebración eucarística y de arrimarse frecuentemente al sacramento de la Confesión? En particular, el sacramento de la Penitencia se valoriza todavía más, y los sacerdotes no deberían jamás resignarse a ver desiertos sus confesionarios ni limitarse a constatar el desapego que manifiestan los fieles respecto a esta extraordinaria fuente de serenidad y de paz". Los textos de BXI pertenecen a la carta que inauguró el año sacerdotal en 2009.

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