Los sábados caen en tierra de nadie. No es domingo y por tanto, no toca “santificar esa fiesta”. No es un día de entre semana en los que te manejas en la rutina (deliciosa rutina) y antes de ir a trabajar puedes entrar a saludar. Por eso es un poco más importante acordarse de leer el Evangelio del día, también encontrarás enseñanzas y reflexiones que puedes aplicar a tu vida.

Este sábado (15 de Junio), Jesucristo nos pone otro ejemplo de cómo Él ha venido a mejorar la Ley para que podamos darle pleno cumplimiento. Este sábado no perjurarás se convierte en no jurarás.

Hoy mucha gente no entenderá el problema porque la esencia del juramento se ha perdido, un joven de, digamos 30 o menos años, no sabe lo que realmente es jurar, o lo confundirá con prometer, que no es lo mismo y por eso, la proliferación de expresiones que van desde te lo juro por Snoopy a te lo juro por mis muertos. Jurar es poner a Dios por testigo de que lo que dices es verdad. Y esto tiene dos aspectos: poner a Dios por testigo de algo, y eso es lo que la Lectura de hoy nos dice que no hagamos y el otro, si realmente decimos verdad.

Poner a Dios por testigo supone que si no es verdad lo que dices, si no cumples eso a lo que te has comprometido, Dios actuará en justicia. Eso supone aceptar que Dios existe, algo que en nuestro mundo no es tan frecuente, y aceptar que Dios nos va a juzgar, algo que tampoco hoy es tan frecuente entre los creyentes. Por eso juramos con tanta facilidad.

Pero luego está el aspecto de decir la verdad, de cumplir aquello a lo que nos comprometemos y en esto hijo de seis años me acaba de dar una lección (últimamente no dejo de citarles, me da la sensación de que me estoy haciendo padre-abuelo). Ha iniciado su catequesis camino de la Primera Comunión y se pasa el día preguntando sobre lo que es y no es pecado. Os podéis imaginar lo que un niño puede llegar a preguntar cuando descubre un nuevo concepto…

Total que ayer toco el turno de la mentira y la verdad:

-          Papa, ¿decir una mentira es pecado?

-          Si, claro.

-          Papa, ¿y si digo algo que creo que es verdad y luego no lo es, entonces es pecado?

-          No, hijo, tú no has querido engañar a nadie, te has equivocado.

-          Papa, (en este momento dejas de leer, sabes que este interrogatorio va a ser largo) entonces, ¿no sería mejor decir que no estás seguro de si es verdad o mentira?

-          No, hijo, tienes que contestar siempre bien y solo cuando tengas dudas sobre si es verdad o mentira, advertir que no estás seguro.

-          Pero Papa, ¿no sería mejor decirlo siempre, así nunca dirías mentiras?

-          No, hijo, tienes que tratar de distinguir lo que es verdad, mentira y lo que tengas dudas.

Os voy a ahorrar el resto de la conversación pero os aseguro que ni siquiera los Itinerantes agobiaron tanto a su maestro.

Hoy, anegados de soberbia, afirmamos con rotundidad aun en caso de duda, juramos y perjuramos. Mi hijo, uno de esos niños que Jesús quería que se le acercaran y que nos ponía como modelo, ante la duda y para no ofender a Dios, prefiere advertir con cautela que sus respuestas pueden no ser ciertas.

¡Cuánto tenemos que aprender de los niños!