Overblog
Seguir este blog Administration + Create my blog
22 noviembre 2010 1 22 /11 /noviembre /2010 16:19
Cuarta semana
 
La esclava del Señor.
 
Con el capítulo anterior comencé el tema de la encarnación del Señor en el seno de María Virgen. Si allí insistí en que la maternidad no comienza con el parto, sino con la concepción, pues el embrión es ya alguien digno de derechos y de protección, en esta ocasión quiero detenerme a comentar la respuesta de la Virgen al arcángel Gabriel: “He aquí la esclava del Señor”.
 
Lo primero que hay que constatar es que María no era una esclava. No eran muy abundantes los esclavos entre los israelitas y la mayoría de los que lo eran habían llegado a esa situaciónfrmaria a causa de las deudas. No era ese el caso de María ni de sus padres. Nuestra Señora era, por lo tanto, una mujer libre. Y, como buena judía, era muy celosa de esa libertad. Sin embargo, también como buena judía, era consciente de que Yahvé era el Señor del Universo y, por lo tanto, era merecedor de la obediencia más absoluta por parte de todas sus criaturas. Por eso, lo que se rechazaba en relación con cualquier hombre -la esclavitud-, se podía aceptar en relación con Dios. Eso sí, con una aceptación personal, libre, voluntaria, no mediante una imposición externa que te cercenara tu capacidad de decisión.
Pero lo más curioso de la situación es que María, perfectamente dispuesta para aceptar esa esclavitud hacia Dios que, desde su nacimiento, ya vivía espiritualmente, no expresó su conformidad con los planes divinos inmediatamente. Antes de hacerlo, hizo una muy significativa pregunta. Como se recordará, María había preguntado la forma, el modo en que iba a tener lugar el embarazo, dado que ella era virgen y no había tenido relación con ningún hombre, ni siquiera con su prometido, José.
 
Vemos, pues, a María totalmente decidida a hacer la voluntad de Dios, hasta el punto de darse a sí misma el extraño apelativo de “esclava”. Sin embargo, la vemos también interesada en averiguar el modo en que tendrá que realizarse esa esclavitud. He aquí una lección básica, fundamental, de Teología Moral cristiana. Cuando muchos años después la Iglesia formule uno de sus principios éticos más importantes: “El fin no justifica los medios”, no hará otra cosa más que mirar a María y aprender esa lección de ella.
 
Porque el fin -la encarnación del Hijo de Dios, la llegada del Redentor a la tierra- podía ser extraordinario, pero si los medios -imagínense que María hubiera debido quedarse embarazada mediante una violación- no eran correctos, compatibles con la dignidad de Nuestra Señora y con su vocación de consagrada, ella hubiera debido decir que no.
 
¿De verdad tendría María que haber rechazado la oferta del ángel si los medios no hubieran sido compatibles con la ética cristiana?. Estamos ante uno de los problemas más clásicos -y frecuentes- de la Teología Moral. Y la respuesta a esta pregunta sólo puede ser una: no hay fin, por excelso que sea, que justifique el uso de medios malos. O esto, o de lo contrario se abre la puerta a la justificación de cualquier cosa amparándose en que los resultados serán buenísimos para el individuo o para la humanidad. Se justificará el terrorismo en nombre de no sé qué intereses para la patria, o se justificarán los “gulags” que usaron los soviéticos en nombre de la lucha de clases y la liberación de los oprimidos.
 
Además, María tenía el deber de dudar del ángel. ¿Y si hubiera sido un emisario del demonio, camuflado como enviado del Señor? La pista para discernir entre una cosa u otra la daba precisamente la respuesta a la pregunta por los medios. Dios nunca usa malos caminos para llegar a ningún buen puerto. El Todopoderoso sabe encontrar no sólo fines buenos sino también medios buenos para conseguir esos fines. María, con la clásica intuición y sabiduría femenina, puso exactamente el dedo en la llaga. Si los medios eran buenos es que Dios estaba detrás y, entonces, no había por qué temer. Allí estaba ella, voluntaria esclava del Señor desde que tuvo uso de razón, para que Dios dispusiera de ella como más le gustara. Si, por el contrario, los medios eran malos, es que aquel ángel de luz no era enviado de Dios y había que rechazarle a él y a su oferta.
 
 
Propósito: Agradecerle a Dios el ejemplo que nos dio María que, siendo libre, se hizo esclava. No de los hombres sino de Dios.



Invitamos a todos a visitar nuestra sección de Albumes de fotos, para que puedan compartir como vivimos junto al Padre Santiago Martín estos 3 días que nos acompaño en El Salvador.

 

Bendiciones a todos.

Compartir este post
Repost0
15 noviembre 2010 1 15 /11 /noviembre /2010 16:17
Tercera semana
 
Reina de los Profetas.
 
De María no sólo decimos que es la “Reina de los Patriarcas”, sino que nos referimos a ella dándole otro apelativo ligado a otro grupo de grandes personajes del Antiguo Testamento, los Profetas.
 
Los Profetas, en contraposición a los Patriarcas, no fueron pocos, sino muchos. Su presencia en el pueblo de Israel no está ligada a los inicios, como aquellos, sino que se extienden casi por toda la historia de ese pueblo y por toda su geografía. Pertenecientes a las clases sociales más variadas, con cultura y formación muy dispar, a todos ellos hay que considerarlos, ante todo, no como adivinos o anunciadores de lo que ocurrirá en el futuro, sino como enviados del Señor que tienen la misión de transmitir un mensaje al pueblo de Dios.
Ese mensaje no siempre era de calamidades, pues no faltan los profetas y las profecías que anuncian al pueblo la inminente llegada de una época de paz y de prosperidad, especialmente cuando Israel se encontraba postrada por las calamidades de la guerra, de las pestes o del hambre.
 
Pero, en general, los profetas, anuncien desgracias o anuncien venturas, lo que hacen es señalar hacia el cielo. El pueblo de Israel, por muy elegido que fuera, era un pueblo de hombres y mujeres de carne y hueso, sometido a las tentaciones y que incurría en el pecado. El pecado era tanto individual como colectivo y eso les conducía a separarse del Altísimo, a adorar otros dioses, a hacer cosas que disgustaban a Dios y les hacían daño a ellos mismos. Cuando eso ocurría, Dios le pedía a algún amigo suyo que hiciera el favor de hablar en su nombre a aquel pueblo de dura cerviz, con el fin de evitarles las desgracias que les esperaban si seguían por el camino erróneo en el que se habían metido. Naturalmente que, como a nadie le gusta que le corrijan, la mayor parte de las veces los profetas no eran bien recibidos y no pocos de ellos terminaron su vida trágicamente. A ello aludirá Jesús cuando reprocha a Jerusalén haber sido la tumba de tantos de los enviados por su Padre.
 
Profecía no es, por lo tanto, adivinanza, sino advertencia o, mejor aún, recuerdo. El profeta recuerda al hombre sus obligaciones para con Dios y le recuerda también que sólo al lado de Dios va a encontrar la felicidad que busca.
 
En nuestro tiempo no hay muchos profetas, pero tampoco faltan. Personalmente creo que Juan Pablo II es, además de Papa, un gran profeta, pues a pesar de las críticas que le hacen insiste en hablar a los hombres y decirles que por el camino del consumismo y de la relajación no se llega al puerto de la felicidad sino al de la autodestrucción. Claro que no es el único. Profeta fue la Madre de Teresa de Calcuta, que se irguió ante los ojos de los hombres como una mujer valiente que señalaba, con sus obras, el error de considerar valioso sólo lo útil, lo joven, lo poderoso. Y no sólo ellos. Son profetas tantos misioneros, tantos obispos, tantos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que, con su comportamiento y también con sus palabras, invitan a los hombres a mirar al Cielo y a no vivir como animales, contemplando sólo la perspectiva de la tierra.
 
¿Por qué María es “Reina de los Profetas”? Porque nadie como ella hace esa función de dirigir nuestra mirada hacia arriba. Mira a tu Dios, mira a tu Creador, mira a tu Padre –nos dice continuamente-. Sé fiel a tus promesas, cumple con tus obligaciones, no adores a otros dioses –añade-. No creas que el dinero, por sí solo, te va a dar la felicidad. No hagas sacrificios ni ofrendas en el altar del poder, ni en el del placer ligado al sexo. No eches tu incienso ante las estatuas de los poderosos de la tierra o ante la de la moda y del qué dirán. No te dejes seducir por los cantos de sirena que te invitan a creer que no existe nada detrás de la muerte o que, hagas lo que hagas dará igual, pues todo el mundo se salva.
 
Esa es María, “Reina de los Profetas”, la que, por amor a nosotros, nos está invitando continuamente a que elevemos nuestra mirada a lo alto, al amor de Dios, al cielo.
 
 
Propósito: Agradecerle a Dios que, a través de María, sigue advirtiéndonos, como los profetas del Antiguo Testamento, para que no nos desviemos del camino de la salvación.
 
 
Compartir este post
Repost0
8 noviembre 2010 1 08 /11 /noviembre /2010 16:15
Segunda semana
 
Reina de los Patriarcas.
 
En esta etapa inicial de meditación sobre la vida de la Virgen quiero detenerme en un aspecto de su naturaleza que contemplamos al rezar las letanías. A María la llamamos, cuando hacemos esa hermosa oración, “Reina de los Patriarcas”. Nos estamos refiriendo, al hacerlo, a aquellos grandes hombres que están en los orígenes del pueblo de Israel y, por lo tanto, en los orígenes de nuestra propia experiencia religiosa, pues no hay que olvidar que Cristo construye su Iglesia como plenitud de la Revelación, no como inicio de la misma, es decir que Cristo no empezó de cero sino que completó la obra iniciada muchos siglos antes por el Padre, el Espíritu Santo y él mismo.
 
Con el término “patriarca” designamos a hombres como Abraham, Isaac y Jacob. Estos tres pilares iniciales del pueblo de Israel (nombre, por cierto, dado por Dios a Jacob, de cuyos doce hijos derivan las doce tribus) tienen una característica común: la fe. Por fe, Abraham dejó su tierra, en Ur de los Caldeos, y emprendió una larga marcha de peregrinación hacia un país desconocido que, el hasta entonces Dios desconocido para él, Yahvé, le había prometido. La fe fue el principal alimento de Abraham no sólo durante su largo peregrinaje, sino también ante el incumplimiento por parte de Dios de una de las promesas que le había hecho: la numerosa descendencia. Como se sabe, Abraham había envejecido y no tenía otro hijo más que Agar, el concebido por su esclava, ya que Sara, su mujer, no había podido darle ninguno. Sin embargo, Abraham seguía manteniendo la fe, seguía creyendo que la promesa de Dios –la tierra y la prole numerosa- se cumpliría. Es por esa fe, una fe que seguía en pie cuando ya no había motivos humanos para mantenerla, por lo que Abraham es considerado “padre de todos los creyentes” y, como tal, es un modelo válido también para nosotros, los cristianos.
 
¡Cuántas veces en la vida nosotros nos encontramos atravesando dificultades! ¡Cuántas veces experimentamos el silencio de Dios! ¡Cuántas veces hemos pedido, con lágrimas en los ojos incluso, que el Señor viniera en nuestro auxilio y el cielo ha permanecido sordo a nuestras súplicas!. Enfermedades, muertes, rupturas familiares, paro, pecados y tantas y tantas otras causas de sufrimientos como fatigan a los hombres, son motivos para dudar. Motivos que se convierten en grietas que amenazan con derribar el edificio de nuestra fe, que nos invitan a decir aquello que la mujer de Job aconsejaba a su marido –“Maldice a Dios y muérete”- mientras éste seguía insistiendo –en medio de su desgracia- que Dios era bueno y que ayudaba a los buenos.
 
Los patriarcas, aquellos gigantes que estuvieron en los inicios de la formación del pueblo de Dios, son, para todos los creyentes, un modelo de fe en medio de las contrariedades y las dificultades.
 
¿Y María? ¿Por qué se dice de la Virgen que es la Reina de todos ellos?. Sin duda que por un solo motivo: porque ella es maestra en la fe, maestra en la perseverancia, maestra en la fidelidad. Ella es la roca que no tiembla por mucho que se mueven los cimientos de la tierra. Ella es la que no admite dudas, aunque la realidad le grite una y otra vez que los motivos humanos para creer han desaparecido. Si a María, especialmente en su desolación al pie de la Cruz, se le aplican aquellas palabras del Antiguo Testamento: “Miradme, no hay dolor como mi dolor”, con más motivo se le deben aplicar estas otras: “Miradme, no hay fe como mi fe”. Esa misma Virgen desolada, golpeada con la prueba del Hijo asesinado y con la más terrible aún del silencio del Dios que lo permitía, es la Virgen fuerte, la Virgen que sigue creyendo que, a pesar de lo que ven sus ojos, Dios sigue estando detrás de las más espesas nubes, sigue siendo amor, sigue escuchando y atendiendo las súplicas de sus hijos. Con razón se dice de ella, por lo tanto, que es la “Reina de los Patriarcas”. Es la Reina de todos los que pasan momentos difíciles y dudan del amor de Dios. Y si de Abraham se puede afirmar que es “padre de los que tienen fe”, sin duda que podemos decir de María que es la “Madre de todos los creyentes”, la Madre de los que quieren ver y no ven, necesitan oír y no oyen. Una Madre que ha pasado por las mismas pruebas que sus hijos, que ha perseverado en la fe cuando ésta era más oscura y desnuda y que ahora puede ayudar a los que repiten esas mismas experiencias mostrándose ante ellos como la que ha vencido porque ha perseverado, la que ha tenido razón porque no se ha dejado llevar de las primeras impresiones por fuertes y duraderas que fueran éstas.
 
 
Propósito: Agradecer a Dios la fe que tuvo María y su confianza a toda prueba. Sin ellas no habría resistido tantas dificultades. Y, una vez más, intentar imitarla.
Compartir este post
Repost0
1 noviembre 2010 1 01 /11 /noviembre /2010 16:08
La Virgen María. XX Noviembre de 2010

Seguimos meditando en este mes de noviembre sobre los primeros años de la Virgen María, antes de la aparición del ángel Gabriel. Aprovechamos algunas de las advocaciones con que las letanías nos enseñan a dirigirnos a ella para darnos cuenta de cómo María resumió todas las virtudes de su pueblo, el judío, el pueblo elegido del que debía nacer el Mesías.

             Primera semana
 
Arca de la Alianza.
 
En las Letanías decimos que María es el “Arca de la Alianza”. “Arca de la Nueva Alianza”, deberíamos decir mejor, pues fue en su vientre donde se gestó esa nueva alianza que Dios quiso hacer con los hombres cuando decidió enviar a su Hijo, Jesucristo, para redimir a los hombres.
 
El antiguo Arca de la Alianza, era un baúl de maderas nobles, protegido por dos ángeles también de madera o quizá de oro. Sin embargo, no era el arte o el precio de los materiales lo que hacían valioso al Arca. Los israelitas lo custodiaban con esmero porque en su interior se conservaban las tablas de la ley que Yahvé entregó a Moisés en el Sinaí.
 
El Arca era, por lo tanto, el objeto más sagrado del pueblo judío, pues contenía el documento, escrito en piedra, que testificaba la alianza entre Dios y su pueblo. Un documento, una alianza, que establecía obligaciones para las dos partes firmantes del mismo. El pueblo tenía que cumplir los mandamientos de la ley y, a cambio, Yahvé protegería al pueblo de sus muchos enemigos, los vecinos que querían conquistarle, las malas cosechas o las enfermedades.
 
Las tablas de la ley eran, por así decirlo, un documento notarial. Eran, además, la prueba de que Dios había intervenido en la historia y que, por lo tanto, los israelitas no estaban hablando de mitos, como los pueblos vecinos, sino de cosas reales y tangibles. Tan tangibles como las plagas contra el Egipto esclavizador, como el maná del desierto o como el agua que salía de la roca para saciar la sed del pueblo.
 
¿Qué sentido tiene decir que María es el “Arca de la nueva Alianza”. En primer lugar hay que destacar la nobleza de los materiales. Si el primer arca era valiosa por sí misma, por haber estado confeccionada con roble, con nogal, con ébano o con cualquier otra madera costosa, más valiosa era la segunda, constituida por una persona viva, por un ser humano, por la Inmaculada, por María. Y si el primer arca era un tesoro preciadísimo por el hecho de contener en él las tablas de la ley, más valor tenía la segunda, que llevó en su vientre, custodió, alimentó, dio carne y afecto, no a un documento escrito en piedra sino al autor mismo del documento. María no protegió, durante su embarazo, a un acta notarial, sino que llevó en su seno al mismísimo Hijo de Dios, el cual, más que ninguna otra prueba, era la manifestación explícita y definitiva de que Dios se interesaba por su pueblo, de que Dios se introducía en la historia de los hombres para salvar a los hombres.
Por eso me gustan algunas antiguas imágenes de María que la representaban como una mujer embarazada y en cuyo vientre se había hecho un hueco para introducir el Santísimo. Estas imágenes-sagrario son una auténtica lección de Teología. Ella, la joven virgen es, a la vez, protectora del tesoro mayor que han podido contemplar los tiempos: el Hijo de Dios hecho hombre. Y lo protege no con herrajes, con cadenas, con gruesas tablas de la mejor madera o con espesos muros del más duro forjado. Lo protege con la frágil pared de la piel humana, con la poderosa fuerza del amor de una madre.
 
Pidámosle a María, cuando la contemplamos como “Arca de la Alianza”, que seamos también nosotros capaces de convertirnos en portadores de Dios. En dignos portadores de Dios. Que los que nos vean, los que saben que somos cristianos y saben, quizá, que vamos a misa y comulgamos, no tengan la impresión de que somos tabernáculos corrompidos sino dignos templos del Señor, dignos templos del Espíritu Santo.
 
Y luego pensemos que en nosotros, como en María, no se guardan tablas de piedra, sino una nueva ley, una nueva alianza, la del amor, la de la caridad. No debemos pues aspirar sólo a los mínimos, a cumplir los mandamientos de Moisés, sino a los máximos, los mandamientos de la ley cristiana, de las bienaventuranzas..
 
 
Propósito: Agradecer a Dios que Nuestra Madre se haya convertido en el Sagrario más precioso porque contuvo no una tabla de piedra sino al propio Dios. E imitarla.
Compartir este post
Repost0
25 octubre 2010 1 25 /10 /octubre /2010 00:00
FRmaria El Salvador
 
Quinta semana
 
Torre de David.
 
En las letanías, decimos de María que es “fuerte como la torre de David”. Con esta exclamación estamos expresando no sólo la certeza de que la Virgen es como una torre amurallada, fuerte e inexpugnable ante los asaltos de los enemigos. Decimos también que esa torre es la de David, es decir la heredera de aquellas tradiciones que representaban lo mejor del pueblo de Israel.
 
Una vez más, por lo tanto, nos encontramos ante la raíz judía de Nuestra Señora. Una raíz de la que ni ella ni nosotros debemos avergonzarnos. El pueblo de Israel, cuya historia no empieza con David sino con Abraham, era, no hay que olvidarlo, el pueblo elegido. Una nación especialmente preparada para cumplir una misión histórica: la de servir de cuna al Mesías redentor y la de ir recibiendo progresivamente la revelación del Dios que se mostraba a sí mismo a los hombres. David, en esa historia de salvación, fue un hito importante. Su fidelidad al Señor le llevó a ser proclamado Rey y, a pesar de sus pecados, se convirtió en la raíz de la cual descendería, andando el tiempo, el propio Jesucristo.
 
El apelativo “torre” tiene, además y por sí mismo, un significado de altura y no sólo de fortaleza. Unido al concepto davídico, nos dice que María es lo más alto, lo más noble, lo más representativo de aquel pueblo elegido, el de Israel. María, puerta del Nuevo Testamento pues con su Hijo empieza la nueva alianza entre Dios y los hombres, es la plenitud y perfección del Antiguo Testamento. Lo mejor de lo viejo deja paso a lo nuevo, en una transición sin rupturas, en una continuidad que, como el propio Cristo quiso dejar claro, no representaba destrucción sino cumplimiento.
 
¿Qué nos puede enseñar todo esto a nosotros? Algo muy de moda, pero, a la vez, mal entendido. Me refiero al aprecio a la propia cultura, a las propias tradiciones. Hoy se habla mucho, en la teología católica, de “inculturación”. Con este término se quiere significar la necesidad de que la fe se introduzca dentro de la cultura de cada pueblo, de cada nación, de cada continente. No puede ser igual –se dice- la celebración de la fe en África que en Norteamérica, en las islas del Pacífico que en las metrópolis secularizadas de Occidente. Tienen razón los que esto dicen, aunque a veces lleguen a extremos inaceptables. La fe tiene que asumir, en cada caso, aspectos propios y típicos de cada cultura, pero, a la vez, la fe debe purificar la cultura y despojarla de aquello que no es según el plan de Dios y que, por lo tanto, no beneficia a los hombres. Si la cultura -como ocurrió al llegar los españoles a América- aceptaba los sacrificios humanos, eso es incompatible con nuestra fe. Si acepta la poligamia o la compra-venta de mujeres como esposas –como sigue sucediendo en África- eso también es incompatible con nuestra fe. Si –como pasa ahora en Occidente- ve bien el aborto y la eutanasia, eso no puede ser aceptado por los cristianos.
 
Pidámosle, pues, a la Virgen María, a la “Torre de David”, a aquella que fue lo mejor de su raza, de su religión y de su cultura, que nos ayude a amar lo nuestro, las costumbres y tradiciones, las singularidades de cada uno de nuestros pueblos. Pero pidámosle que nos ayude a poner en el primer lugar lo que debe estar en el primer lugar: no nuestra cultura sino Dios, no la forma humana de ver las cosas sino la forma divina de entenderlas y practicarlas.
 
Propósito: Agradecerle a Dios que María fuera fiel a las raíces de su pueblo e intentar nosotros hacer lo mismo, recordando las raíces cristianas de nuestra patria.
 
frmaria
 
Compartir este post
Repost0
22 octubre 2010 5 22 /10 /octubre /2010 00:00
FRmaria El Salvador
 
Cuarta semana
 
Virginidad ofrecida.
 
Según la tradición, María le ofreció a Dios su virginidad cuando tuvo la edad para discernir qué significaba eso y cuando supo cuál era su vocación: vivir totalmente para Dios. La Virginidad de María se ha convertido, precisamente por eso, en una seña de identidad tan importante para la Madre de Dios que, incluso, se la denomina a veces sólo con ese título: “la Virgen”, sin necesidad de que vaya seguido por su nombre propio, María.
 
Y es que hablar de María y de hablar de Virginidad es la misma cosa, por más que también se pueda decir lo mismo de Nuestra Señora y de la Maternidad. María, siempre Virgen y también, desde el parto, siempre Madre, se ve representada por esas dos características de una manera tal que casi agotan su personalidad.
 
Pero si la maternidad es un concepto en crisis en nuestra época, muchísimo más lo es la virginidad. Para la mayoría de los jóvenes es algo sin sentido y, de hecho, son pocos los que la conservan hasta el matrimonio. No faltan muchachos y muchachas cristianos que tienen que soportar burlas más o menos soeces por parte de sus amigos o de su “pareja” cuando se niegan a participar en actos contra el sexto mandamiento. Claro que, las consecuencias de esa permisividad, no suelen ser aireadas por los medios de comunicación; la escasa importancia que se da a la continencia antes del matrimonio lleva a muchos a no dársela tampoco después de él, con lo que las infidelidades están a la orden del día. Eso y la poca capacidad para aguantar el más pequeño problema de convivencia hace que, en nuestro país, el 40 por 100 de los matrimonios terminen en fracaso, mientras que en otros sitios esa cifra llega ya al 60 por 100.
 
Pero, ¿por qué fue Virgen María? ¿por qué hay hombres y mujeres que optan por ese camino tan extraño a los ojos del mundo?. Lo primero que hay que decir es que también en la época de Nuestra Señora la virginidad no estaba de moda. Aunque no era, en absoluto, una sociedad permisiva como es la nuestra, la mayoría de las jovencitas de Israel soñaba con casarse y tener una descendencia numerosa. Mientras que en otras religiones existían templos atendidos por mujeres consagradas –las vestales en Roma, por ejemplo-, eso era muy extraño entre los judíos y, como mucho, se daban casos así entre viudas jóvenes. María, pues, fue contra corriente –lo mismo que hoy hacen los que se consagran a Dios- cuando eligió un tipo de vida que no estaba de moda. Y si lo hizo así no fue, en absoluto, por ningún tipo de “esnobismo”, sino porque deseaba estar en una comunión tan íntima con el Señor que no quería que ningún afecto se interpusiera entre ambos. No es que ese estado de vida –el de la virginidad- fuera de por sí mejor que el del matrimonio, pero para ella ese era el único camino en el que podía expresarle al Señor el amor que sentía por él y en el que ella misma podía encontrar la felicidad.
 
Este mismo motivo es el que sigue animando a cuantos, en el sacerdocio o en la vida consagrada, dejan todo para ser completamente de Dios. No optan por el celibato porque consideren pecaminoso o de segunda categoría el matrimonio. Lo hacen porque necesitan darse por entero al Señor, imitar a Cristo y a María en su virginidad y porque, de este modo, están más disponibles para servir a Dios en el trabajo de la evangelización y en el servicio a los pobres.
 
El mundo, por desgracia, no los entiende. Y, en realidad, es extraño que eso ocurra, porque sí entiende –y aplaude- que una persona renuncie a casarse con el fin de dedicar su vida a la investigación médica, a una causa política o a la participación en instituciones humanitarias. En cambio no se entiende que Dios, que merece ser amado con todo el corazón, suscite una pasión tan grande en algunos seres humanos que éstos sean capaces, por amor a él, de dejarlo todo.
 
 
Propósito: Agradecerle a Dios que María eligiera la virginidad desde su adolescencia, pues así se preparó para la encarnación, no sólo con el alma sino también con el cuerpo.
 
 frmaria
Compartir este post
Repost0
18 octubre 2010 1 18 /10 /octubre /2010 00:00
FRmaria El Salvador
 
Tercera semana
 
Rechazo del pecado.
 
Son muchas las voces que se alzan para advertir del riesgo que supone una de las características más típicas de nuestra época: la desaparición de la frontera entre el bien y el mal, debido al efecto demoledor del relativismo moral. Son cada vez más, y no sólo sacerdotes o teólogos, los que señalan esa desaparición como altamente nociva para la persona y para la sociedad. Es positivo que estas voces de alarma existan, por más que a veces parezca que predican en el desierto. Y es que, efectivamente, en nuestro mundo da la sensación de que ha desaparecido el concepto de pecado; todo da igual, todo tiene el mismo valor, todo está cubierto con la pátina gris del relativismo y de la mediocridad. Así vemos que hay personas que se escandalizan –con razón- por la matanza de las focas o de las ballenas, pero que defienden el aborto o la eutanasia. Recientemente, incluso, ha tenido lugar un hecho representativo de esta mentalidad; la policía de Canadá detuvo a un centenar de inmigrantes ilegales chinos, que llevaban consigo un perro; enterada la opinión pública de que les iban a deportar a todos, fueron numerosas las peticiones de que expulsaran a las personas pero que se diera “asilo” al perro.
 
El bien y el mal carecen, por lo tanto, de una frontera precisa. Algunos podrán pensar que eso es bueno pues, si todos se salvan según su conciencia, lo mejor es no saber que lo que se hace es malo y así no se peca. Según este argumento, se salvarán con más facilidad los que no conozcan a Dios que los que sí le conozcan y, también según este argumento, en el cielo podremos ver a Stalin, Hitler y Mao, entre otros grandes criminales de la historia, junto a la Madre Teresa de Calcuta o a San Francisco de Asís. El cardenal Ratzinger ha señalado el absurdo que encierra ese planteamiento y lo ha comparado con el dolor físico; el dolor, dice el purpurado alemán, es una realidad molesta, pero, de por sí, tiene un objetivo bueno: indicar que algo va mal en el organismo; es como una señal de alarma que, al encenderse, nos invita a fijarnos con más detenimiento en la parte del cuerpo afectada. Sin el dolor, podríamos abrasarnos inconscientemente o sería demasiado tarde para aplicar una terapia adecuada a numerosas enfermedades. Pues bien, constata Ratzinger, la conciencia ejerce ese mismo papel; sin conciencia, podemos estar haciendo sufrir a mucha gente e incluso a nosotros mismos sin darnos cuenta de ello; sin conciencia, no tenemos posibilidad alguna de saber qué hacemos mal y, por lo tanto, es imposible mejorar, progresar, curarse de las enfermedades del espíritu.
 
¿Y todo esto qué tiene que ver con María?. Muchísimo, puesto que, aunque ella fue concebida sin pecado original, vio a su alrededor los rastros atroces del pecado y, lo mismo que Cristo en el desierto, lo más probable es que también ella supiera del dulce y venenoso sabor de las tentaciones. María, como después haría su divino Hijo, eligió no pecar. María optó por la vía de la santidad y lo hizo conscientemente, sabiendo bien lo que hacía. Lo hizo por amor a Dios, pero lo hizo también porque era consciente de que lo que Dios le pide al hombre –en este caso a ella- es por el bien del hombre. Dios no busca nuestro fastidio, ni que no disfrutemos de los goces de la vida. Dios busca nuestra felicidad y, como consecuencia, la conciencia es una gran aliada para saber discernir qué nos conviene y qué nos hace daño, qué nos hará disfrutar verdaderamente de la vida y qué, por el contrario, nos la amargará a la larga e incluso a la corta.
 
Propósito: Agradecerle a Dios que hizo a María capaz de fiarse de Él y de seguir sus enseñanzas y la de sus mayores, para aprender a distinguir el bien del mal y a elegir el bien y rechazar el pecado.
 
frmaria
Compartir este post
Repost0
11 octubre 2010 1 11 /10 /octubre /2010 00:00
FRmaria El Salvador
 
Segunda semana
 
Descubrimiento de la amistad.
 
Es posible que nunca nos hallamos interesado por determinados detalles acerca de la vida de María. No me refiero a qué comía o a cómo vestía, sino a otros datos de mayor importancia. Por ejemplo, ¿tuvo la Virgen amigas y amigos? ¿cómo eran sus juegos? ¿qué hacía en su tiempo libre? ¿la tuvo que regañar alguna vez su madre, Santa Ana, por llegar tarde a casa?.
 
Estas y otras cuestiones semejantes podrán parecerle a alguno fruto de una curiosidad irrelevante. No estoy de acuerdo con quien así piense. Para mí, y confío que para la mayoría de los católicos, María no es sólo alguien a quien pedir ayuda en momentos de apuro, sino también alguien de quien aprender, alguien que representa un modelo de comportamiento que merece ser imitado y, para ello, tiene que ser conocido. El hecho de que sepamos tan pocas cosas acerca de la vida de la Virgen -y no muchas más sobre la llamada “vida oculta” del mismo Jesús- deja en la oscuridad aspectos importantísimos de la vida, aspectos cotidianos que a todos nos afectan.
 
Sin embargo, aunque no podamos acceder a ningún dato revelado sobre estos temas, sí podemos deducir algo sobre ellos, basándonos en los datos que conocemos. Por ejemplo, podemos afirmar que Jesús debió tener amigos en Nazaret, a tenor de la facilidad que tenía para captar simpatías entre gentes desconocidas. Y si eso le sucedió al Hijo, no menos debió ocurrirle a la Madre, de la cual aprendería él tantas cosas de índole humano.
 
Por lo tanto, no creo que sea exagerado afirmar que María fue una muchachita sociable, capaz de ser fiel a sus amigos y capaz también de compartir con ellos las inquietudes personales. Este punto de la amistad, relacionado con el de los valores humanos de que hemos hablado antes, es fundamental para poseer una imagen completa de Nuestra Señora que nos ayude a imitarla mejor y a quererla más. No es lo mismo tener como modelo a una persona huraña que a una persona capaz de sonreír y de escuchar. No es igual imitar a alguien que es capaz de arriesgar para ayudar a un amigo que a alguien que sólo piensa en la utilidad que le puede aportar una relación. De hecho, como veremos más adelante, cuando María, una jovencita, se pone en camino para ayudar a su anciana prima que se ha quedado embarazada, está haciendo algo que es normal para ella: acudir al lado de quien necesita su ayuda sin fijarse en los beneficios o perjuicios que esa acción pueda reportarle.
 
Pero la amistad, por hermosa que sea, tiene siempre dos caras. La amistad puede llegar a ser incluso negativa cuando se absolutiza, cuando el afecto al otro se pone en el primer lugar de la vida, por encima del afecto debido a Dios. Por eso, María como modelo de amistad es alguien que nos enseña a tener todas las cosas en su punto justo. Yo me imagino a la Virgen hablando con las amigas en la hermosa fuente que mana en la falda de la colina de Nazaret. Me la imagino jugando con las niñas de su edad y, hasta cierta edad, según la costumbre judía, también con los niños. Me la imagino consolando a una muchachita, compañera de juegos, por un disgusto con sus padres. En cambio, no me imagino a María desobedeciendo a Joaquín y a Ana, ni faltando a sus obligaciones para prolongar el tiempo de estancia en la calle; ni, mucho menos, dedicándose en aquella fuente a la que iría con frecuencia a buscar el agua para el hogar a criticar a unos y a otros. Y todo eso, como digo, por un motivo: María tenía en el primer lugar de su corazón a Dios. En ese mismo corazón cabían muchas cosas y muchas personas, pero el primer puesto estaba reservado para el amor de su vida, para el Señor. Y esa “reserva” era la que le servía para que todos los demás afectos y amores estuvieran bien ordenados, cada uno en su sitio, sin hacer daño a los demás a base de querer ocupar un puesto que no era el suyo.
 
¿Cómo imitar a María en su forma de concebir la amistad?. Yo aconsejaría tres cosas. Primero: tener amigos, muchos amigos. No hay que hacer caso de esos que opinan que Dios es celoso de los afectos humanos. Dios no tiene miedo a rivales y el problema no suele venir por amar mucho, sino más bien por amar poco o por amar mal. Por lo tanto, imitar a María en esta faceta de su vida nos debe llevar a ser una persona que sabe relacionarse con los demás y que sabe tener amigos, amigos en abundancia.
 
En segundo lugar, habría que practicar no una amistad cualquiera, sino una buena amistad. Me refiero a que no es amistad aquella que está teñida de cálculo, de interés. Eso puede ser otra cosa, legítima quizá, y debería llamarse “negocio” o “inversión”, pero no amistad. El amigo es alguien a quien se quiere por él mismo y no por lo que se vaya a sacar de él. Por eso, el segundo consejo consiste en convertirse en un buen amigo de nuestros amigos, en alguien en quien ellos pueden confiar, en alguien que no está a su lado sólo cuando hay negocio por medio.
 
Por último, la imitación a María nos llevaría al ejercicio de una prudencia que nos ayudara a darle a la amistad su puesto exacto, ni más ni menos. Si alguien está más con los amigos que con su mujer, su marido o sus hijos, entonces esa amistad, de por sí buena, se convierte en perjudicial. Si por estar con los amigos no se va al trabajo o no se estudia, entonces la amistad es dañina. En cambio, cuando se tiene a Dios en el primer lugar de la vida, todo ocupa su sitio. Hay tiempo para estar con los amigos y también con la familia. Hay tiempo para cumplir con los deberes profesionales y también para estar con alguien al que se aprecia.
 
En definitiva, en esto como en todo, María es nuestro modelo. Basta con decirle que nos enseñe a ser amigos de todos, de cuantos más mejor, pero que nos ayude sobre todo a tratar al Señor como al mejor amigo, como al primer amigo, como al más importante de los amores que ocupan un lugar en nuestro corazón.
 
Propósito: Agradecer a Dios que la Virgen María fue normal, que tuvo amigos y amigas, que jugó como una niña normal, porque también en la amistad, como entre los pucheros, está el Señor.
 
frmaria
Compartir este post
Repost0
4 octubre 2010 1 04 /10 /octubre /2010 23:14
La Virgen María. XIX Octubre de 2010
El mes pasado terminábamos nuestra meditación sobre la Virgen fijándonos en ella como niña que era educada rectamente por sus padres. Más adelante, en este mismo curso, la veremos como educadora de su hijo. En este mes, en cambio, nos vamos a fijar en sus primeros pasos como adolescente y como joven.

Primera semana

 
Elección personal de Dios.
 
La mejor educación y el mejor ejemplo no son suficientes para que se produzca, en el joven, de forma necesaria e inevitable, la amistad con Dios. Por eso no es justo achacar a los padres, de forma automática como si fuera una ley inexorable, el alejamiento de Dios por parte de los hijos. Claro que, en el caso de María, Joaquín y Ana contaban a su favor con el hecho de que aquella deliciosa jovencita era ni más ni menos que la Inmaculada, la que no había conocido nunca la mancha del pecado.
 
Sin embargo, ese privilegio que le había sido otorgado a María en vistas a que de ella tomaría carne el redentor del mundo, no la facilitaba las cosas hasta el punto de que la privara de toda opción, de todo mérito. María no era un “robot”, una máquina despersonalizada incapaz de hacer el mal y para la cual sólo cupiera la posibilidad de hacer el bien. Los primeros cristianos lo entendieron esto muy bien y por eso compararon a María con Eva, la primera mujer.
 
También Eva había sido engendrada –no concebida- sin pecado original y esa exención no sólo no la libró de cometer pecados personales sino que fue ella la que cometió el primero de todos, el que nos fue luego transmitido a los demás.
 
Por lo tanto, en la vida de María, en el desarrollo físico y psíquico de aquella jovencita nacida en Jerusalén y criada en la aldea galilea de Nazaret, hubo un momento en que sus ojos se abrieron a la realidad de Dios de forma especialmente consciente. Los había tenido abiertos siempre, tanto por la gracia del Señor que la llenaba como por los ejemplos recibidos de su familia. Sin embargo, a su tiempo, María se hizo especialmente consciente de quién era Dios y de quién era ella. San Agustín, pocos siglos más tarde, escribirá en sus “Confesiones” una súplica dirigida al Señor: “Que yo te conozca Dios mío y que yo me conozca”. Eso le debió suceder a María a una edad muchísimo más temprana que al santo de Hipona. María empezó a conocerse, a saber quién era ella, y, sobre todo, a saber quién era Dios.
 
Y entonces se produjo el enamoramiento. Este enamoramiento entre el Creador y la criatura no era inevitable, aunque, debido a las virtudes que adornaban a la futura Madre de Dios, era de lo más probable. El caso es que se produjo y, como consecuencia, aquella muchachita galilea hizo del Señor su primer y definitivo amor. “Te quiero”, le diría, probablemente, mientras paseaba por algún retirado camino de los que rodeaban Nazaret. O quizá se lo diría en casa, en lo íntimo de su habitación. Seguro que repetiría palabras de amor a su Amado, más tiernas que las del Cantar de los Cantares, mientras ayudaba a su madre en las cosas de la casa, o mientras bajaba a por agua a la fuente que manaba en la falda de la colina sobre la que se asentaba su pueblo. Claro que aquellas declaraciones de amor entre la adolescente y el Todopoderoso no estarían exentas de muestras de respeto, pues en ese respeto, como buena judía, había sido educada la Virgen por sus padres. Pero, sin faltar al respeto, el amor se imponía, iba creciendo y todo lo llenaba de luz y de color.
 
Es en esta etapa en la que la tradición sitúa la decisión de María de consagrarse al Señor en virginidad perpetua. Es una tradición respetable, aunque no se tengan textos bíblicos que la sostengan. En todo caso, no debió decirles nada a sus padres, pues de lo contrario éstos jamás la hubieran comprometido con José. Claro que, para otros, la boda con José se pactó precisamente a sabiendas de ese voto de virginidad que María habría hecho, bien porque José hubiera hecho otro del mismo tipo o bien porque se tratara de alguien tan anciano que no pudiera poner en peligro la consagración de la joven nazarena.
 
Sea como sea, con voto o sin él, María, a una edad muy temprana, descubrió, personalmente, quién era Dios y decidió entregarse a él en cuerpo y alma, por entero. Si en siglo XIII un hombre como San Francisco de Asís pudo decirle al Señor: “Mi Dios y mi todo”, siendo pecador como era, cuánto más se lo debió decir aquella doncella galilea que no había conocido ni tan siquiera la huella del pecado original.
 
Así fue con María. ¿Y con nosotros? ¿qué debemos hacer?. Lo primero es fijarnos en aquellos que están en la edad de abrir los ojos a su propia realidad y a la realidad que les rodea, incluida la realidad divina. Hay que ayudarles a que descubran a Dios y a que le descubran como el Sumo Bien, el Amor de los Amores. Para ello pueden ser útiles, por ejemplo, las lecturas. En una edad en la que se buscan modelos de identificación, es lamentable que sólo se disponga para elegir entre cantantes que suelen ser aficionados a las drogas o la vida relajada, futbolistas que se cotizan por miles de millones o actores y actrices con más o menos “glamour” y más o menos divorcios y escándalos en su historial.
 
En cuanto a los que ya no somos adolescentes, ver a María y contemplarla como aquella que hace de Dios lo más importante de su vida y que lo hace voluntariamente y no por mera rutina o aceptación de la presión social o familiar, nos debe llevar a preguntarnos por nuestra propia realidad. ¿De verdad podemos decir, con Santa Teresa, “sólo Dios basta”? ¿Podemos hacer nuestra la expresión de San Pablo: “para mí la vida es Cristo y una ganancia morir”?. María descubrió quién era Dios y quedó prendada y enamorada de él. Hagamos nosotros lo mismo.
 
Que también para nosotros, una vez que le hemos conocido, ya no haya otro sol que compita con él en el firmamento de nuestra alma, otro tesoro que le sustituya, otro amor que le destrone del primer lugar en nuestro corazón.
 
Propósito: Agradecer a Dios la fidelidad de María desde el primer momento de su vida, en cuanto empezó a tener conciencia de su identidad. E imitarla.
 
 
frmaria
Compartir este post
Repost0

Présentation

  • : Franciscanos de María, El Salvador
  • : La misión de los Franciscanos de María es vivir y difundir la espiritualidad del agradecimiento, ayudando a todos a comprender que ése es el corazón del Evangelio, aquello que Dios espera y tiene derecho a encontrar en el corazón del cristiano.
  • Contacto

Contactos

Telefono: (503) 2131-9333

 

Correo Electronicos:

 

Zona Paracentral: frmaria.esa.paracentral@gmail.com  y    frmaria.esa.paracentral2@gmail.com

 

Zona Occidental: frmaria.esa.occidente@gmail.com

 

Zona Oriental: frmaria.esa.oriente@gmail.com

 

Ministerio de Jovenes: jovenesfranciscanosdemaria@gmail.com

 

Coordinador General: Franciscanosdemaria@hotmail.com

 

 

 

El Muro de los agradecimientos

 EL MURO

El Santo Rosario online

santo rosario 02

15 min. con Jesús

15minjesussac